ITALIA, DE LA CORDILLERA ALPINA AL MEDITERRANEO (17-11-2021)

El cruce a Italia, nos cuesta el desorbitado precio de sesenta euros, coste de cruzar el túnel que atraviesa en horizontal la cordillera. Cuando salimos de este asombroso conducto excavado en la roca y vemos la panorámica, francamente hasta hubiéramos pagado el doble después de varios días sin ver el sol.  Aquí desde bien temprano, los rayos iluminan los picos nevados y es un auténtico espectáculo.

Cada cinco minutos, paramos para hacer una foto de estas majestuosas montañas alpinas que nos reconfortan después del bajón de la visita a Chamonix.
Nos instalamos en un parking en Courtmayeur con unas vistas de ensueño, y para poner la guinda al pastel hay una fuente gratuita donde podemos recargar agua, ¡por fin agua!!, está claro Dios aprieta pero no ahoga y la escasez nos ha hecho ahora disfrutar como enanos la abundancia, de estas cosas tan básicas.

               


Pasamos una noche bastante tranquila y después de un buen desayuno, nos dirigimos a la oficina de turismo para solicitar información sobre rutas de senderismo.
La señorona que me atiende me dice en inglés con acento italiano bastante notable que ahora no es época de caminatas y que no puede dar información, ya que no tiene constancia del estado de los senderos.
Insisto y le digo a la señora que lo hacemos bajo nuestro propio riesgo, pero aun así, me cuesta sacarle información y con cuentagotas me habla de que podemos caminar por una carretera que me marca en un mapa y que conduce al valle de Ferret.

Nos ponemos en marcha y antes de llegar a una valla que corta la carretera aparcamos a la Española y seguimos andando por el camino hasta que nos adentramos campo a través por el valle y ascendiendo por un camino empedrado, en ese momento oímos un estruendo que viene de las cimas, ¡avalanchassss !. A nuestro paso, vemos enormes bloques de hielo que se han desprendido de las cimas y decidimos continuar por el medio del valle, ya que si cae un lo que de esos por lo menos lo vemos venir.
Continuamos ruta hacia Pres Saint Didier, donde parece ser hay una pasarela colgada en un precipicio con magníficas vistas a la cordillera. No es fácil encontrar el sedero que conduce hasta ella, pero preguntando se va a Roma, y finalmente damos con él.
En la distancia da un vértigo tremendo, pero cuando andamos por ella impresiona ver esta obra arquitectónica que nos regala casi lo más deseado de esta zona, ver el Mont Blanc o Monte Bianco como le llaman los italianos, estamos pletóricos porque estos paisajes nos llenan de satisfacción a pesar de poder adentrarnos demasiado profundamente en ellos.

             

             

             

Pasamos la noche a cinco minutos de esta magnífica panorámica, y aunque un poco helados, porque no hay manera de que cargue la batería para poner la calefacción, poco nos importa porque el día ha sido perfecto, y esto es algo que estamos aprendiendo muy deprisa en nuestro viaje, a darle importancia realmente a lo que la tiene, porque un poco de frio, francamente no es relevante.
Por la mañana antes de dejar el lugar caminamos de nuevo hasta la pasarela y nos despedimos de la maravillosa cordillera que ya tiene sus picos iluminados tímidamente por el sol que comienza a despertar.

               

Ponemos rumbo al sur recorriendo el valle de Aosta y pasando junto a pequeños pueblos que nos deleitan a nuestro paso con las torres de sus iglesias y los picos nevados al fondo.

             

Lo que no nos gusta tanto, es la conducción de los italianos que es nefasta, adelantamientos en línea continua constantemente, en los túneles y en curvas sin ninguna visibilidad.  Menos mal que el manchego es un conductor de primera pero lo veo algo inquieto de ver el panorama automovilístico.
Seguimos tomando carreteras secundarias, pero una vez descendemos de la montaña, la ruta se vuelve aburrida y pesada, además se ha vuelto a cubrir el cielo, hay una niebla tremenda y sin darnos cuenta, de nuevo se nos hecha la noche encima, con lo que en el primer poblado que vemos decidimos parar, y para nos demorarnos mucho, en la primera explanada que vemos que casualmente es junto al cementerio, decidimos pasar la noche.
Amanece de nuevo cubierto y según la predicción meteorológica habrá una larga semana de lluvia … ¡nooooo!

La solución que encontramos es dirigirnos al Mediterráneo, esto de vivir sobre ruedas es maravilloso, si no me convence un lugar, carretera y manta. Cuanto llegamos a la altura de Génova un mar azul intenso y un sol resplandeciente nos alegra el día. Atravesamos la Spezia, una población portuaria y subimos por una carretera serpenteante que nos conduce a una especie de parking con unas vistas maravillosas al Mediterráneo y a una pequeña población Riomagiore. Toda esta región es conocida como Cinque Terre, una franja de cinco ciudades costeras de siglos de antigüedad con casas de colores enclavadas en los acantilados de esta costa de la Riviera italiana.

                

Aquí nos encontramos con tres jóvenes italianos que van hacia Manarola a través de la montaña. La cuestión es que no tienen muy claro cuál es la ruta, pero decidimos seguirlos y de esa manera evitar el coste del parking.
Atravesamos montes, llenos de viñedos en terrazas, curiosa manera de cultivo y costosa recolección, pero es el terreno de la zona y las gentes de aquí explotaban estas colinas con gran esfuerzo, porque ahora hay railes para ayudar en las labores de transporte del cultivo de la vid pero antiguamente, lo hacían con capazos en la espalda o en la cabeza.  A través de los senderos que tienen los agricultores y casi trepando llegamos a Manarola un magnifico pueblo con casitas de colores y enclavado en la roca. Recorremos sus estrechas calles que acaban condiciéndonos al mar, azul intenso y sereno. Esta población es la más antigua de todas y tiene una bonita iglesia, la de San Lorenzo que fue construida en el siglo XII.

                         

                                                                                                      

Y aquí pasamos un bonito día, aunque la vuelta se torna un tanto estresante porque no sabemos cómo volver, recorremos terrazas algunas con caminos en no muy buen estado pero no nos llevan a donde queremos, volvemos al centro del pueblo y vuelta a empezar y así durante un par de horas hasta que por fin un chico nos indica el camino.

              

Y desde lo alto de una de las colinas ya casi con la puesta de sol nos despedimos de nuestro breve paso por el mediterráneo, ya que queremos adentrarnos en tierras Toscanas.