EL CAÑON DE OSUM Y LAS TERMAS DE BENJAT, DOS JOYAS REMOTAS DE ALBANIA ( 27-01-2022)

En cuanto dejamos Berat, nos vamos adentrando poco a poco en las montañas por una carretera serpenteante y algo estrecha en algunos tramos, pero mejor de lo que esperábamos.

A lo largo de la carretera, no paramos de ver cruces con flores, lo cual nos estremece, pero la realidad es que los albaneses son muy camicaces en la carretera, hace un par de días, ya vimos el primer coche volcado y esta es la razón por la que vemos muchísimo control, digamos que cada diez minutos aparecen dos polis con una especie de piruleta gigante para hacer el alto, nos resulta muy gracioso verlos, y además agradecemos que estén. El caso es que por estos caminos perdidos de la mano de Dios por los que pasamos, no hay agentes que velen por nuestra seguridad, con lo que nosotros vamos despacito y pitando en cada curva.

Conforme nos adentramos, comenzamos a ver una grieta en la tierra que se va haciendo cada vez más profunda según avanzamos, un auténtico espectáculo. Este desfiladero tiene paredes de hasta cien metros de altura, con una anchura que varía entre 1,5 y 35 metros y  una longitud de 26 kilómetros, estos datos, nos confirman que el lugar es más que prometedor. Como vamos parando cada diez minutos para hacer fotos y maravillarnos con las vistas, nos está cayendo la noche encima y comenzamos la búsqueda de un lugar para dormir en este paraje tan fantástico. En una de las curvas, vemos una camioneta en un ancho, parece que son viajeros como nosotros. Decidimos que puede ser un buen lugar donde pernoctar, aunque lo cierto es que no tenemos demasiadas opciones.

               

               

              

Un rato más tarde, tocan a la puerta, son Regina y Thomas, dos austriacos que dejaron todo en su país para lanzarse a la aventura como nosotros. Hay muy buena conexión desde el momento en que comenzamos a hablar, por lo que les invitamos a tomar un café en La Española para entrar en calor. Thomas trabajaba como realizador de películas, y Regina como auditora de cuentas en una gran compañía en su país, y ahora están aquí, viviendo en una furgo y disfrutando la vida como nosotros.

Es muy divertido porque a pesar de ser más jóvenes que nosotros, somos como un espejo, Regina es exactamente como Jose y Tomas como yo, por lo que nos echamos buenas risas haciendo comparativas de nuestras vidas nómadas. Y después de varias horas de charla, cada mochuelo a su olivo.

                         

Por la mañana, los chicos madrugan mucho para grabar unos vídeos, pero nosotros somos algo más perezosos en ese aspecto y nos quedamos en la cama hasta que asoma el solecito. Anoche hizo un frío tremendo, de hecho se no ha congelado hasta una garrafa de agua que llevamos y La Española está a punto de coger una neumonía.

Por suerte y aunque perezosamente, unos rayitos de sol asoman por encima de las moles de roca y nos dan las kilocalorías necesarias que necesitamos para adentramos al cañón.  Sus paredes nos envuelven como si fuesen a tragarnos, nos sentimos minúsculos en esta gruta gigantesca que parece no tener fin.

               

               

No sabemos muy bien por donde seguir ruta, nuestro objetivo es llegar al cañón de Langarices y sabemos por otros viajeros que hay que cruzar un puente que conecta el cañón por uno de los puntos más altos del desfiladero, pero la verdad es que no sabemos ni cual es, ni por dónde ir. Decidimos tomar rumbo norte, el asfalto, enseguida se convierte en camino y el camino va de mal en peor. Cruzamos un puente, pero no debe ser el mítico porque no hay demasiada altura, además cuando vemos el perfil de la ruta en el filo de la montaña, damos la vuelta y vamos a intentarlo por la otra. Tomamos rumbo sur y mirando un mapa, más o menos adivinamos donde tomar el desvío.

               

Y finalmente damos con él. No tengo palabras para describir las vistas tan maravillosas que hay desde este puente que parece que vaya a desplomarse a nuestro paso, por suerte no es así, pero el metal oxidado, los tablones roídos y su movimiento, dan indicios de que un día puede ser una realidad. Yo estoy grabando al otro lado y al borde del infarto cuando veo a La Española en el filo del abismo.

                

Avanzamos con la camioneta y vemos que esta ruta es tan mala o peor que la otra, dilema: “¿Qué hacemos?” Además ni siquiera aparece en el GPS, por lo que no estamos cien por cien seguros de que nos lleve a nuestro destino.

Lo bueno, es que hay una tercera opción, y tal vez la más acertada, ya que estamos comenzado esta gran aventura y no nos interesa castigar demasiado a La Española. Con lo que el plan es volver a Berat. Al paso por la población, vemos a Nicko con su gran panza apoyada en el manillar de una bicicleta. Nos saluda con satisfacción al ver que estamos sanos y salvos después de pasar la noche a -9ºC.

Desde aquí queremos tomar otra ruta, pero el GPS sigue sin reconocerla, con lo que simplemente le dejamos que nos lleve donde quiera.  Aparecemos en Apolonia, un lugar arqueológico de la época griega. Ascendemos por una colina y encontramos una buena explanada para quedarnos. Un pastor está con su rebaño ya a la caída del sol y acabamos rodeados de ovejas, el hombre nos mira y sonríe. En cuestión de minutos, llega el guarda del lugar y comienza a hablarnos en albanés, y como siempre no nos enteramos de nada, pero intuimos lo que quiere: que entremos con nuestro camper a las ruinas y que por 6 € que es el coste de la entrada por persona, podemos visitarlas mañana. La idea no nos convence, con lo que le decimos que no, pero este es terco,  sigue en sus trece, y nosotros también. Finalmente, el pastor que está por allí rondando se acerca para resolver la situación que está en tablas, y con un inglés perfecto, que nos deja a todos con la boca abierta, nos explica que no tenemos que pagar, es una opción sólo si queremos ver las ruinas, pero que de ninguna manera nos podemos quedar aquí porque vienen chicos a fumar porros, ¿cómo? Jajajaja no podemos parar de reír, y por cierto qué máquina el pastor albanés, que se retira diciendo que vivió un tiempo en Londres.

En resumen, dormimos en un sitio arqueológico, no pagamos y además con guardia de seguridad, estos albaneses son la caña.

De aquí tomamos rumbo hacia Permet, desde donde una carretera muy estrecha que nos ofrece una fantásticas vistas de la montaña, nos conduce a un lugar muy especial.  Albania, nos ofrece constantemente rincones solitarios, que son una auténtica maravilla, y el poder disfrutarlos a solas es fantástico.

Ya desde el camino un tanto tortuoso, divisamos un puente otomano que le otorga personalidad al lugar, conocido como las termas de Benjat y que cruza las aguas humeantes del río Langarica.

Está oscureciendo y hace un frio que pela, -4ºC, con lo que vamos a esperar a mañana para sumergirnos en las pozas termales que según nos ha contado un chico, cada una de ellas tiene un poder curativo.

                                        

Decidimos madrugar por recomendación de nuestros amigos “Edelweis on the road”, o sea los austriacos que conocimos hace unos días, y disfrutar de una luz tenue que va iluminando los picos nevados, la neblina que desprenden las aguas del río y las pozas por el contraste de temperatura y ese puente, es simplemente mágico.

              

             

Y como es domingo, queremos sumergirnos en sus aguas antes de que venga nadie, pero estamos a -5ºC grados. Con la excusa de hacer fotos con esta magnífica luz, convenzo Jose para que se meta, y lo veo con tal cara de felicidad, que voy yo detrás, ¡buahhhh que maravilla!, lo jodido ahora es salir.

             

En cuestión de una hora comienza a llegar gente. Los albaneses, son tan dicharacheros que en seguida te dan conversación, en su idioma, en inglés, o como sea, con lo que todo el que pasa por allí nos cuenta su historia, la de las pozas, o lo que sea. Y a pesar de que son gente encantadora, forman tal escándalo que nos hacer batirnos en retirada para explorar la otra joyita que tiene este lugar: el cañón de Langarices, una magnífica garganta formada por el río Langarica. No hay nadie en este paraje desierto, el camino está helado y conforme ascendemos los resbalones son continuos. Encontramos una magnífica mole de piedra donde poder comernos un bocadillo que sabe a gloria y donde después, nos tumbamos a tomar el solecito que nos acaricia la piel en este perdido rincón del planeta.

              

             

A la vuelta, cuando todo el mundo se ha ido, decidimos sumergirnos de nuevo en las pozas y el escenario que nos encontramos es desolador: bolsas de plástico, botellas, latas, tapers con sobras de comida, calzoncillos, en fin, un auténtico basurero. Este es el lado oscuro de Albania, no tienen esa conciencia medioambiental que tenemos en occidente, aunque  pueda parecer disparatada esta reflexión, “el avance en ser una sociedad más occidental preocupada por temas medioambientales etc… ¿hará que cambie este pueblo acogedor, amable, risueño…? ¿merecería la pena? Ahí queda, lo ideal sería encontrar el equilibrio.

Decidimos pasar aquí otro día y como es lunes tenemos el paraje para nosotros solos, además los numerosos perros que hay por aquí, entre ellos uno al que hemos bautizado como colmillo blanco y que custodia nuestra casa día y noche, han limpiado el basurero, estos se comen hasta el plástico.  Y hasta que no estamos como pasas, no abandonamos nuestra poza favorita, la que deja la piel de seda, nos quedaríamos aquí toda la vida …